Era casi medianoche cuando el rey Bela decidió atacar a los invasores, no sin temor a que la ofensiva fuera un error fatal. La situación era bastante desesperada. No sólo por la llegada de aquellas hordas orientales, sino por la insumisión de sus propias fuerzas. Las tribus cumanas, pacificadas poco antes, eran unos aliados incontrolables, que frecuentemente se veían inmersos en conflictos con otros contingentes del ejército. Ahora bien, el rey de Hungría y Croacia, si que depositaba la confianza en los caballeros templarios y hospitalarios, quienes ya le habían demostrado su fidelidad y valor en la batalla. El ataque iba dirigido contra un tropa avanzada mongola que se había dedicado a saquear las afueras de Pest, pero que no se había atrevido a avanzar más allá. Bela ordenó a sus tropas que atravesaran el puente del río Sajo en dirección al campamento enemigo. La tropa húngara, formada básicamente por caballería ligera y ballesteros y liderada por Coloman, duque de Eslavonia, y el noble Ugrin Csák, sorprendió a Batu Khan. La ola de flechas no encontró respuesta en los arqueros a caballo tártaros, que no podían maniobrar cómodamente en la oscuridad. Los mongoles perdían muchos efectivos, entre ellos baatars, hombres de la guardia personal del Khan, mientras los húngaros reafirmaban su posición defensiva sobre el puente del Sajo. Batu Khan ordenó la retirada hacia los bosques nevados situados al norte. Los húngaros estaban eufóricos, pero al mismo tiempo decepcionados de su propio rey, tan temeroso de enfrentarse a una pequeña formación de tártaros, tan sólo alentada por el saqueo. Las críticas ya se escuchaban en boca de los oficiales, que quisieron igualmente celebrarlo como si hubiera sido una victoria épica.
Batu Khan y sus hombres llegaron donde les esperaba el resto de sus hombres, en el gran campamento nómada. Con la moral intacta, conscientes de que aquello tan sólo había sido una toma de contacto. Había comprendido que derrotar a los húngaros no sería tan fácil como días antes lo había sido derrotar a polacos y bohemios; o como la captura de Kiev meses antes. Los húngaros contaban con la mejor caballería ligera de Europa, unos caballos que también provenían de las estepas, y que eran parientes de los propios caballos mongoles. También conocía las majestuosas fortificaciones defensivas de las que disponían, con unos muros casi inquebrantables. El vasto campamento húngaro al otro lado del río presentaba una defensa majestuosa, fortificado con torres y carretas de lado a lado. Batu bajó la cabeza por un instante, pero de inmediato se reafirmó y se dirigió a su tropa, ordenando descansar. El gran general Subotai se encontraba pocos kilómetros más al sur, junto al helado río Sajo, donde había pasado inadvertido por el ejército magiar. Atacarían al amanecer y someterían todas las tierras al oeste. Sus caballos alcanzarían el Gran Mar. Toda Europa caería bajo los dominios del Gran Khan.
Al alba, la hueste mongol de Batu Khan, formada por más de 10.000 hombres, se lanzó como un relámpago contra las fuerzas húngaras que defendían el puente. El viejo Subotai, coordinado con el Khan, estaba preparado para su ataque desde el flanco del sur. A pesar de ser un terreno pantanoso, los mongoles habían encontrado una zona donde poder cruzar el río con sus rápidos caballos y coger por sorpresa a los defensores. Los jinetes tártaros se abalanzaron contra las fuerzas de defensa del puente. Esta vez sí, tenían una buena visión para sus arcos. Los húngaros, confiados en que los invasores se habían retirado al norte, se despertaron horrorizados. Miles de flechas cubrían el cielo. La caballería ligera del Khan hizo estragos contra los ballesteros y la infantería de guardia. Mientras, Subotai atacó por el flanco tal y como estaba previsto, con un efecto envoltorio que rodeaba a los húngaros. El rey Bela, reaccionó tarde, a desesperación de sus propios hombres. Entrando en pánico, se apresuró a adelantar a sus mejores hombres, los caballeros pesados templarios y hospitalarios. El príncipe Coloman demostró gran coraje en la lucha cuerpo a cuerpo, liderando y alentando la resistencia. De igual forma actuó el Arzobispo Ugrik, que demostró tener el espíritu y la audacia de un guerrero. Ambos estaban muy decepcionados con su rey, al que acusaban de no haber sabido preparar la batalla. Aún así, su comportamiento heroico daba esperanza a los defensores. La batalla quedó estabilizada justo a la altura del puente, donde la caballería móvil y los arqueros mongoles combatían con grandes dificultades a los valerosos templarios, que con su armadura completa, sus escudos y sus espadas de doble filo y lanzas largas era un rival casi imbatible en la lucha cuerpo a cuerpo. El choque se encontraba en un punto muerto, nadie era capaz de avanzar terreno. Las bajas en ambos bandos crecían a un ritmo vertiginoso. La contienda empezaba a ser una carnicería.
Fue entonces cuando Batu Khan decidió utilizar el terror. En primer lugar ordenó a un gran contingente de arqueros que disparara flechas incendiarias contra defensores y torres de defensa. Acto seguido mandó a los ingenieros chinos que cargaran los fundíbulos, también llamados lanzapiedras. Estas monstruosas armas de asedio arrojaban grandes bloques de piedra contra las fortificaciones con una fuerza destructiva superior. Pero fue otro arma, nunca vista por aquellos hombres, la que terminó de desmoralizarlos. Los tártaros manejaban unos extraños cilindros que contenían polvo negro en su interior y a los que inmediatamente prendieron fuego por uno de los agujeros. Al cabo de unos segundos, los mismos tubos propulsaron con gran fuerza unos proyectiles que parecían lanzas de fuego y que emitían un silbido infernal; surcaban los aires a gran velocidad en dirección a las defensas húngaras. Algunas alcanzaron la torre de defensa y los hombres junta a ella. Al impactar con la piedra se partían en múltiples pedazos de hierro afilado como el cuchillo. Constantes destellos de luz y un humo espeso cubrían la visión de los aterrados defensores. Algunos hombres morían ensartados, otros eran tomados por las llamas, cayendo de la torre al vacío, donde se encontraba la masa de las fuerzas húngaras. Como consecuencia, otros hombres se prendieron de las llamas. Gritaban desesperados intentando llegar a las aguas del río Sajo, sin conseguirlo. Algunos hombres lo interpretaron como un castigo divino, dejando de luchar. Rezaban arrodillados mientras esperaban la muerte. La retaguardia húngara era un verdadero infierno. Viendo su efectividad, los tártaros lanzaron nuevas lanzas de fuego contra las posiciones defensivas, causando estragos en cada una de ellas. El campamento entero ardía. Al mismo tiempo, Subotai había conseguido su propósito y sus arqueros a caballo habían cogido por sorpresa a las más lentas tropas de Bela. La gran defensa del puente, ante la incesante presión de los invasores, acabó cediendo. Bela comprendió que estaban perdidos. Él y sus generales de mayor confianza se retiraron sigilosamente, conscientes de que su vida colgaba de un hilo.
La retirada húngara fue enormemente caótica, lo que aprovecharon los implacables jinetes de las estepas. Las fuerzas ligeras de Subotai, las más avanzadas, persiguieron a los derrotados. No tuvieron compasión. Todo aquél que estaba bajo el alcance de sus flechas o lanzas murió irremediablemente. Ugrin había muerto a causa de las graves heridas, y el estado moribundo de Coloman tampoco tenía salvación. Fuego, sangre y montañas de cadáveres cubrían ahora la llanura de Mohi. Bela y su séquito habían estado a tiempo, y salvarían la cabeza. Por lo menos esta vez.

Este relato se basa en la batalla de Mohi (1241) durante el cual las fuerzas del Imperio Mongol, lideradas por Batu Khan y el general Subotai, derrotaron decisivamente al Reino de Hungría en tiempos del Rey Bela IV. El ejército húngaro fue prácticamente aniquilado (las bajas superaron los 10.000 hombres, de un total de 15.000 hombres según fuentes contemporáneas). Muchos nobles y señores húngaros perecieron durante la invasión y sus tierras quedaron arrasadas. Por su parte, el ejército mongol, formado por unos 20.000 hombres, básicamente tropas de caballería, tuvo también severas bajas, ralentizando su hasta entonces imparable avance. Es probable que en esta batalla se emplearan rudimentarias armas de fuego chinas, siendo las primeras vistas en Europa. Este episodio fue el punto culminante de la invasión mongola de Polonia y Hungría de 1241, que dejaba Europa Central al descubierto. En un invierno especialmente crudo, la avanzadilla mongol merodeaba y saqueaba a su merced en la región de Hungría, Moravia y Austria, llegando muy cerca de Viena, provocando grandes desplazamientos de población civil. La noticia de la muerte del Gran Khan Ogedai llegó al campamento tártaro a principios de 1242, y obligó a la tropas mongolas a regresar a su patria para la celebración del Kurultai, la asamblea de elección del nuevo khan del imperio, quizás salvando Europa de una grave amenaza. Por su parte, Bela IV (1206-1270), refugiado en Dalmacia tras la derrota, dedicó el resto de su reinado a reconstruir una tierra devastada, por lo que en Hungría se le conoce como «el segundo fundador del país».