El lapislázuli es una de las gemas más bonitas de la tierra, con un uso que se remonta a tiempos neolíticos. Su principales yacimientos se encuentran en Afganistán, Estados Unidos, Chile y Siberia. Hoy sigue presente en joyería y es considerada una piedra de gran belleza. Durante muchos siglos fue codiciada por su mágico color, fruto del cual se le atribuyeron numerosas propiedades de tipo sagrado, curativo y de protección.

Se trata de una roca compuesta metamórfica de gran dureza, una gema semipreciosa mezcla de minerales, con predominio de la lazurita, el mineral que le da su característico tono azul ultramarino, pero que incluye también sodalita, hauyna, calcita (tono blanco) o pirita (tono metálico).
Etimológicamente hablando, la palabra Lapis, piedra en latín, y Lazulum, que deriva de lâzaward en árabe y esta de lâjevard o lagvard «Rizo de rey» en persa, palabra que también define las minas donde se encontraba el lapislázuli, y que acabaron derivando en “Azul” en muchas lenguas, como el español o el portugués.

UNA GEMA MUY CODICIADA DESDE LA ANTIGÜEDAD
El lapislázuli ha sido explotado desde el neolítico, concretamente en las minas situadas en las montañas del Hindu Kush, al norte de Afganistán, que actualmente sigue siendo el principal yacimiento del mundo (minas de Badakhshan), con técnicas tradicionales que no distan mucho de las practicadas hace miles de años. Desde Afganistán, el comercio de esta gema se difundió por toda la región mesopotámica, Egipto y el Mediterráneo. También la Civilización del Valle del Indo (Harappa) tuvo su punto más septentrional, una colonia comercial, cerca de las minas de lapislázuli ubicadas en el río Oxus. La gema también fue trabajada por las civilizaciones precolombinas del valle de los Andes, como la cultura Moche o la cultura Diaguita; en la región su explotación se remonta a hace más de 2000 años .

Acadios, asirios o babilonios hicieron uso de la gema con motivos decorativos, en cilindros, amuletos, brazaletes o figuras escultóricas. En el poema épico de Gigalmesh (1800 aC), considerado uno de las primeras obras de la literatura y la más importante de las obras de la antigua Mesopotamia, la gema azul es mencionada.

El lapislázuli fue la piedra más preciada del antiguo Egipto, considerado un símbolo de buena suerte con propiedades curativas. Su uso era sagrado para ritos funerarios y el viaje al más allá. Fue utilizado para ornamentos y amuletos, especialmente visible en los famosos escarabajos protectores o escarabeos, o para el decoro de máscaras faraónicas (solo hay que ver el contorno de los ojos de la máscara de Tutankamón, Siglo XIV aC)

Los arios de Mesopotamia llevaron hasta Egipto el comercio de lapislázuli. Hay pruebas de su utilización ya en el periodo predinástico (3100-3000 aC). Su ha encontrado lapislázuli en tumbas de faraones, como la de Tutmosis III (XV aC) o Sheshonq II (IX aC). Cleopatra usó el pigmento como cosmético para la sombra de ojos.

Posteriormente su uso se expandió a través de Micenas, Grecia y Roma, siendo ampliamente valorado. En Grecia se le atribuían propiedades curativas mientras que en Roma al pigmento azul se le otorgaban facultades afrodisíacas. Destacó también dentro de la comunidad hebrea y en los inicios del cristianismo, donde se la relacionó con la piedra de la Virgen María. En este periodo el lapislázuli, el azul bañado en oro, era llamado zafiro, “shapphirus o shappir”.
NACE EL AZUL DE ULTRAMAR
Pronto se encontró una nueva utilidad y simbología para la gema, que la convertiría en uno de los piedras más preciadas del Renacimiento europeo, varias veces más valioso que el propio oro. Nacía la fiebre por el “Oro Azul”.

El polvo o pigmento de la lazurita, principal componente del lapislázuli, empezó a ser conocido como Azul ultramarino o Azul de Ultramar (del latín Ultramarinus, «más allá del mar», dado su origen asiático») cuando se convirtió en un elemento fundamental de la pintura entre los siglos XIV y XVII. Su color brillante y su resistencia a la luz del sol, el aceite o el agua le hacía muy valorado. Eso si, era muy vulnerable a los ácidos. Su uso en la pintura se remonta a los murales de los templos budistas y zoroastrianos de Afganistán y Pakistán de los siglos VI y VII, que tenían muy cerca de su alcance los yacimientos del mineral. También se ha comprobado su uso en pinturas chinas, tibetanas e indias medievales.

En Europa, el azul de ultramar, en la monarquía hispánica también llamado “Ultramarino verdadero”, fue utilizado primeramente en bellos manuscritos iluminados, como los anglosajones de los siglos XII y XIII.

Hacia el siglo XIV, y gracias a los viajes de mercaderes italianos en Asia, Italia se convirtió en el primer país donde se adaptó de forma generalizada el pigmento azul ultramar en la pintura.

Tardó tiempo en aplicarse en la Península Ibérica o la Europa del norte. Finalmente se difundió por toda Europa dado el interés que despertó en artistas y patrones. Su color era el complemento perfecto para el bermellón y el pan de oro.

UN VALOR DIVINO
Fue un proceso extremadamente difícil, ya que el deseado pigmento azul no se extraía con facilidad. Sino no se hacía correctamente el resultado era un color gris azulado mediocre. Había que molerlo y unirlo con cera de abejas, resinas y aceites en un paño, para posteriormente amasarlo con una base de sosa cáustica (Cennino Cennini). El proceso se repetía varias veces hasta colar las partículas, ya sin impurezas. El resultado era un color intenso y brillante de precio muy elevado.
«Un color ilustre, bello, y más perfecto», más allá de todos los demás colores»
Cenninno Cenninni, Libro dell’Arte. 1398
Era tan caro que los artistas solo utilizaban el ultramar para las partes más significativas de sus obras, como como podían ser las túnicas de la Virgen María o de Jesús, o la representación del cielo cristiano.

Para parte menos relevantes del cuadro se podía utilizar el azul de la azurita, más económico, o mezclas de pigmentos que formaban el llamado azul marino. También en frescos, en la técnica conocida como Secco, se consiguió pintar con azul ultramar. Grandes artistas como Giotto, Tiziano, Rafael, Leonardo de Vinci, Miguel Ángel o Durero, o posteriormente Vermeer, apostaron por el fascinante color. Es más, provocaron una revaloración que le hizo alcanzar precios desorbitados. Tuvo tanta importancia, que en algunos contratos entre patrones y artistas había una cláusula en la que se obligaba a proporcionar el valiosísimo pigmento. Hubo artistas, como Vermeer o Durero, que casi se arruinaron para disponer del color.

Otra novedad fue el uso del pigmento para teñir telas, su majestuoso color fue adaptado en las vestimentas por los reyes de Francia: desde entonces también se relaciona el color azul ultramar con la realeza y el poder. Además, muchos muebles de la realeza y aristocracia europea fueron decorados con el preciado mineral.
UN NUEVO ULTRAMARINO
Hacía años que científicos, artistas, y fabricantes buscaban la manera de crear una versión artificial del pigmento de lapislázuli. Con una premio en juego de 6000 francos ofrecido por la Sociedad para el fomento de la Industria Nacional, de la mano de Jean-Baptiste Guimet (sólo él cobró la recompensa), industrial francés, y de Christian Gmelin, químico alemán, nacía el ultramarino «francés» (1826-1828).

A partir de entonces el color ultramarino natural fue reemplazado por esta variante idéntica hecha sintéticamente. Era el fin del mágico polvo azul, tremendamente costoso y centenares de veces más caro que la nueva invención francesa. En el siglo XX, Yves Klein creó una nueva variante del azul ultramar (International Blue Klein) con una tonalidad profunda y intensa. El lapislázuli sigue siendo una piedra muy valorada a la que se atribuyen beneficiosas propiedades: armonía, serenidad, equilibrio espiritual; atrás queda una larguísima historia de faraones, reyes, artistas y mercaderes fascinados y seducidos por el oro azul.
PARA SABER MÁS:
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AZULES, MINERALES, PINTORES
Un comentario en “ORO AZUL. LA HISTORIA DEL LAPISLÁZULI”